Mi camino
Almario
Santos Lugares...Tierra Santa...
…eso somos nosotros, Santos Lugares, Tierra Santa.
Y lo sé porque he regresado, peregrino del sendero que sigue las huellas de Jesús hasta llegarse al vientre de la Madre eterna en Belén, María de todas las gracias, bendito el fruto del amor que amalgamó carne y espíritu en Presencia, Ser que Es, Fue y Será, y así nos lo dejó dicho.
De la Estrella a la Cruz, de la Nada al Todo, como recoge el Evangelio gnóstico de Tomás en palabras del Maestro de Galilea, «partid un trozo de madera y yo estoy ahí; levantad una piedra, y estaré ahí». La madera el fuego la transforma, cenizas que alimentarán la tierra, semillas de las que nacerá un día fruto, eterna resurrección, energía que surge y afronta su transformación.
A la vera del camino, vimos las casas de Nazaret, el montículo por el que quisieron despeñarte cuando de tu boca comenzó a manar la palabra de Dios. Ya sabes que nunca fue propicia la tierra propia para el profeta.
Tu voz no calló, y atravesaste los Cuernos de Hattin tras vértelas con las tentaciones para llegar al Mar de Galilea, en cuyas orillas oraste en las piedras y besaste los juncos. Y pescaste hombres que a su vez pescarían en las redes de tu manto a otros hombres que morirían por ti para eternizarse. Y allí estuve, peregrino abatido el sueño junto a otros corazones en la ribera de las aguas por las que anduviste blandiendo milagros de luz en cada paso rozando a los peces. Allí he visto estos días el mismo amanecer que tú viste y sentí el silencio que tú sentiste.
Y llegamos a Jerusalén, ciudad dormida, dividida, ocultada en sus deseos de salvación, confusión de credos y bastión de muros, como fue lo mismo ante tus ojos, antes de ser condenado, al llorar por su caída, «Jerusalén, Jerusalén!, que matas a los profestas y apedreas a los que se te envían, ¡cuántas veces he tratado de reunir a tus hijos como la gallina reúne a sus polluelos debajo de las alas, pero te negaste!».
En el Huerto de los Olivos también nos dormimos consumidos por la tristeza, no fuimos capaces de comprender la grandeza de tu vulnerabilidad, el sufrimiento amoroso que te impusiste para hacer jirones la sombra de los otros y redimir las batallas interiores de tantos. Getsemaní nos nubló tus palabras y nos confundió en la bruma, este marzo, como si hubiéramos sido testigos directos de tu captura.
Y aprendimos a sentirnos inmerecidos protagonistas de tu luz, a traicionarnos como Pedro en Gallicanto, al negarte tres veces negarse a sí mismo otras tantas, como hago yo mil y una veces cuando niego el destello que me habita. Y así aprendimos el silencio de la conciencia en el juicio, el dolor de la misericordia en la mirada, al verte caer una y otra vez con la cruz a cuestas, y seguir siendo el que se es, el que se ha venido a ser, el ejemplo de la absoluta consciencia, de la visión más alta…en tu último suspiro, con la duda, y la afirmación de que no hay duda, «en tus manos encomiendo mi espíritu».
Y supimos de la entrega, rendidos, al final del camino, tras casi doscientos kilómetros, dormidos en sacos y albergues, una familia de peregrinos éramos que se bañaban sin saberlo en el mar de amor que dejaste, cuando nos abrazabábamos dándonos la paz, cada día, haciendo honor a tus palabras sin proponérnoslo.
Así nos dimos cuenta, ay despistados caminantes, que cada uno de nosotros somos esos Santos Lugares que buscamos, y no hace falta moverse de donde estamos, para encontrarte. Sí, Tierra Santa somos. Y a eso hemos venido, para aprender a tratarnos como un Santo Lugar, para aprender que somos esa Tierra Santa a la que considerar sagrada, digna, merecedora de todo amor. Por eso él nos dejó el más atrevido de los mandatos: amaros a vosotros mismos como a vuestro prójimo.
Entendimos Maestro. Tú eres cada uno de nosotros, estás en todos, con nombrarnos te nombramos. Amarte es amarnos. Amarnos es amarte.
¡Sois los Santos Lugares!, ¡sois la Tierra Santa!, uno y todos, todos Uno.