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Iluninar el desván

Decía el famoso escritor William Faulkner, que «la literatura es lo que hace una pobre cerilla cuando se la enciende en mitad de la noche en medio de un campo. No sirve para iluminar nada, sólo sirve para ver un poco mejor cuánta oscuridad hay alrededor».

Desde mi experiencia disiento de Faulkner, cada vez más lo veo justo al revés. La literatura puede llegar a ser el sol que ilumina el mundo para dar cuenta de la luz que hay en él. Todo depende de nosotros, otra vez, de nuevo, la elección de mirar con los ojos de adentro al mundo. Y los ojos de Faulkner estaban muy viciados por su sufrimiento.

Imagina que enciendes una luz en medio de un desván oscuro; dependiendo de la intensidad de esa luz, emergerán de la oscuridad más o menos las dimensiones del cuarto, más o menos objetos que lo llenan, y si la luz es muy intensa, podrá casi iluminar hasta los rincones más recónditos, los detalles más inadvertidos, y comenzarán a desvelarse las pelusas, las manchas, la pintura descolorida, el barniz dañado de los muebles, adornos olvidados. Empieza a mostrarse un mundo que andaba cegado, poco a poco, desvelándose según elevamos la vibración del voltaje de la luz. La elección está en si queremos seguir iluminando lo que vemos, mantener la atención en lo que descubrimos y hacerlo con la luz de una vela o una lámpara que ilumina desde el techo como un águila eléctrica. Si usas la vela, será una luz muy orgánica, bella, melancólica incluso, pero sólo verás un reducido ámbito alrededor tuyo, y no podrás distinguir la suciedad ni los rincones, y tendrás que moverla contigo, sabiendo que se agotará pronto su pábilo; y si es la lámpara en el techo, quizá distingas todo el cuarto, veas bien hasta el suelo, e incluso puedes descubrir alguna telaraña, abrir el armario y redescubrir alguna prenda, mas aún así, quedarán ángulos oscuros, polvo, zonas a las que tu ojo no podrá llegar….

…Ahora entiende que la luz que ilumina ese desván eres tú, que la vela o la lámpara del techo eres tú iluminando tu interior, ese desván que andaba oscuro, lleno de cosas, y que aún se puede desvelar mucho más. Y claro, vas encontrando cosas que te gustan en el cuarto y cosas que no. Y tendrás que tiras muchos objetos, otros restaurarlos, y otros utilizarlos proque te encantan y habías olvidado que estaban allí.

…Para observar más profundamente, sólo hace falta que la vibración se eleve, que la frecuencia de la onda de luz palpite más intensa, y se dará la iluminación completa del desván. Es como si subieras la persiana, abrieras la ventana, y dejaras a la luz del sol que llegara en todo su esplendor, sin filtros ni interferencias, y entonces te darás cuenta de que no hay efecto más iluminador, natural y menos esforzado que esa luz del astro directa sobre la escena, cuando podrás ver hasta las motas de polvo en suspensión al hilo del trasluz y los objetos cobrarán su verdadero espectro de color.

Pues bien, date cuenta hermano, de que esa luz que entra en el desván eres tú. Tú eres el astro. Tú eres ese sol que ilumina tu morada, ese desván donde se acumulan los objetos de tu vida, ese interior que permanecía oculto hasta ahora, y que claro, habrá que conocer, vaciar, ordenar…

La luz pura del sol que eres no dejará nada que merezca la pena ser visto sin verse. Y si te deslumbra mientras haces la tarea, generará una sombra proyectándose para que aprendas a escrutar a la vez en la penumbra, porque de esta manera siga generándose un equilibrio y no te confundas.

Pues bien, la literatura puede y ha de ser ese sol que no veía Faulkner en él, esa esperanza y voluntad que, palabra a palabra, como rayos de luz tendidos en una sábana, van iluminando nuestra morada interior hasta hacerla hogar de vida y alegría, porque por fin vemos que somos esa luz de lo divino, esos personajes de novela con los que la Fuente escribe su particular visión literaria.

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