Mi camino

Almario

Sólo el sonido de la distancia (al albur del nuevo año)

Al albur del nuevo año os digo que son tiempos de pico y pala. Tiempos donde si uno se descuida, acaba enmarañado en su propia sombra y las arenas movedizas lo llevan a uno a los fondos. La oposición hace su trabajo a conciencia, dentro de cada uno, y en su lugar del sueño. Todo es lo mismo, más si no somos conscientes, el sufrimiento y el dolor harán mella. Obligan a soltar y seguir soltando amarras para llegar al mar de la libertad.

Ahora, sólo el sonido de la distancia parecer servirnos de nana. Las olas meciéndose en la noche, cuando dormimos; las hojas de los árboles removidas por la brisa en verano un suspiro de alivio; el trino de los pájaros al amanecer en susurro, una promesa…Y el silencio de la Presencia, dentro, ahondándonos en el deseo de no despertar a la realidad que nos forma en sueño, hartos ya de construir y derruir muros, lejos en el horizonte.

Esta es quizá la más profunda canción de cuna de todas. La del silencio de la Presencia. Ese sonar lejano.

Aquí y allá flota, todos los días, en cada cerrar de ojos demorado, en cada inhalación manifestada de lo que es arriba a lo que es abajo, en la elevación de la voz que, a veces, oímos dentro tan apocada, tan temerosa cuando tenemos un momento de descuido y el vacío se nos cuela dentro.

El sonido de esa paz que nos duerme en la distancia, tan aparentemente lejano, nos tranquiliza, nos duerme en su reino, aunque en su no hacer nos impide acercarnos de cuerpo y palabra, habitando sólo su orilla, esa ribera del espíritu que queremos ahí, sonando un poco lejos, para saber que no ha marchado todavía y que si nos estiramos en un esfuerzo nuestro, será pisada.

No queremos sentirnos ya más incómodos, y lo oído aun lejano nos vale.

Mas no nos durmamos en los laureles que nos tiende el sueño de la realidad, conformándonos con oír de lejos, o ese sonido de la distancia un día dejará de escucharse, cuando de tanto estar al lado, acabe por dejar de ser escuchado, incapaces ya siquiera de distinguirlo, porque hayamos ya olvidado el verdadero silencio del alma que fuimos y somos. Uno y todo.

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