Mi camino
Almario
Los frutos del alma y Maeterlinck
«El silencio interior es el sol que madura los frutos del alma», dijo Maeterlinck, ese gran escritor y dramaturgo que, para muchos, sólo tiene que ver con las hormigas y las abejas…claro que, ¿y qué somos nosotros? ¿metidos en hormigueros y colmenas?…
Maeterlinck tradujo un libro del místico holandés del siglo XIV, Ruysbroeck, y éste le iluminó espacios invisibles para el resto de su vida. Digamos que el sol de Ruysbroeck alimentó el silencio interior de Maeterlinck para que los frutos de su alma maduraran y llegaran hasta nosotros, que aún seguimos recogiéndolos de esas ramas de árbol que son las páginas de sus libros, donde podemos hallar frutos como esta frase de antes.
En el mundo que vivimos, cuan difícil se hace el silencio interior. Tenemos tanto que leer, tanto que hacer, tanta espiritualidad que consumir los que asomamos ya brotes, que imaginar a otros que ni siquiera han regado la semilla, frustra…los frutos del alma tardan en salir más de lo que debieran con tanta profusión de estímulos, o eso me pasa a mí, que veo las nubes velar el sol aún para retardar la maduración de mis frutos, aunque sepa que cuelgan de las ramas de mi alma, a la espera de que el sol las haga visibles con su luz a todos aquellos que quieran alargar la mano.
Acalla la mente, ¡di basta!…y oirás el murmullo del vacío como un vibrar de alas de luciérnaga en la noche. Del silencio surge la semilla de la fruta, el hueso envuelto luego por la pulpa, protegida a su vez por esa piel que mordemos, con ganas, cuando las ganas de ternura aprietan.