Mi camino

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Amar en días del virus

Se nos da un momento para compartir, vestido con la apariencia de dividir. Surge el virus del miedo para que lo mutemos con la acción del amor. Y qué dos acciones representan más a éste: la compasión y el compartir…

Compasión y compartir son dos palabras que engrandecen, que amplían y abarcan por encima de cualquier tendencia al egoísmo, al aislamiento, al olvido de que la vida es un mutuo encontrarse más allá de las barreras y de las fronteras, un vencer las distancias para hallar cercanías inesperadas…

Y no ocurre nada si se nos limitan los movimientos y el control se ensancha, si de los Estados se decreta el confinamiento o el cierre de fronteras, si las empresas tecnológicas aprovechan esto para dar el golpe de timón a una sociedad regida por la Inteligencia Artificial y el 5G o 6G que remarca el final de la privacidad y los derechos del ser humano, subordinados a la dictadura de la nanotecnología, el arbitrarismo algorítmico sin propósito ético o humanista, y la celebración del mundo online y los grandes hiper, el ocaso del pequeño comercio o el casual de que sean las grandes empresas energéticas (electricidad, gas, agua, comunicaciones, envíos online) las que vayan a hacer su agosto con este seudo confinamiento a modo de ensayo de futuro, quién sabe, para saber de cuanto se puede prescindir sin que cambie realmente nada…

…aún con todo esto, tenemos la capacidad inmutable de compartir con los que amamos y que ahora tenemos más cerca que nunca durante horas…en nuestra propia casa muchas veces, otras en la dulzura del timbre de voz de un teléfono, y si nos confinan, si nos aislan, entonces démonos a compartir el amor que llevamos dentro, concedámonos la oportunidad de volver a comprendernos, de volver a reconocernos, de regresar a lo que perdimos allá en los tiempos (parecen tan lejanos, ¿no os dais cuenta?) del vértigo consumista, de la gloria efímera del billete, de la lejanía de hijos o parejas, dedicados de continuo a la celebración del trabajo…

ahora compartamos la piel de los que quedaron más cerca y reconozcamos sus facciones de nuevo, demos nuestro amor a los que olvidamos en la resaca de la conexión con el universo multimedia y concentrémonos en sentirnos por mucho que nos duela tomar consciencia de lo que llevamos dentro…

Y usemos la compasión con los que quedan más lejos, con nuestros vecinos, hermanos a los que no podemos tocar y compartir caricia, a los que sólo podemos enviar una onda de comprensión en virtud de nuestro perdido abrazo (tal vez ahora entendamos el significado del beso o el simple dejar una mano en el hombro)…a todos aquellos que se debaten con los mismos problemas y dificultades que nosotros, para entenderlos más profundamente y hacerlos más nosotros…

A los que quedan lejos de nuestro cuerpo enviémosles el mensaje de nuestra alma: que todos somos lo mismo y sentimos sus circunstancias como las nuestras porque nunca fuimos diferentes. A los que están más cerca compartámosles nuestros tesoros más sencillos: la caricia y el cariño, el ánimo y la dulzura de la mirada, el calor de nuestro cuerpo en el lecho, el cuento que nunca leímos al hijo o la hija que aguardaba nuestra voz confortante…

Es tiempo, a pesar de la ofensiva de recesión que amenaza, a pesar del aparente triunfo del transhumanismo, de la victoria de algún laboratorio que sacará tajada, de los que aprovechan la crisis de personalidad del ser humano para endosarle sus ardides de brujos al son de «yo sé lo que os conviene» que seamos más libres que nunca por dentro, para que cuando llegue la red de control que nos impondrán, aún más estrecha, seamos capaces de romperla desde el centro de nuestro espíritu, sin negarnos la voz o la palabra, la mano o el abrazo, y vivamos por fin en nosotros la gloria de regresar a ser humanos, a la divinidad de sentir el Ser que somos, sentados en un trono compartido con todos los habitantes de esta Tierra que, ahora mira, extrañada, el camino incierto de esos inquilinos a veces tan molestos que nunca paran de hacer cosas

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